18 de agosto de 2009

Ana Iztarú: Esos pobres ricos

Esos pobres ricos

Cuando era
una niña de corta edad, acumulé en mi inevitable chancho
de barro la pequeña fortuna de siete colones. Quebré mi
alcancía, conté las monedas y se las regalé a mamá.
Esta, perpleja, me preguntó por qué lo hacía.
"Porque como no tengo permiso de ir a la pulpería,
¿de qué mesirven?" Había comprendido tempranamente
el valor metafísico del dinero. Un colón que no se
transformaba en veinte caramelos de leche no era más que
un inútil pedazo de metal.

Quizá
he pagado caro este precoz desdén, pues desde entonces
poderoso caballero don Dinero no se ha desvivido mucho por
ofrecerme compañía. Quizás como represalia por mi
escogimiento de carrera: la pluma, y para empeorar las
cosas, las tablas, en vez de la toga y el birrete que me
lanzara desde su tumba el abuelo Joaquín. Actriz y
poetisa, para bochorno de mi cédula de identidad: la
cuasi-indigencia bañada de metáforas.

Sin embargo, sigo pensando como aquella niña. Y cuando mi
hermano suspira consternado y me pregunta desde su alma de
hormiga a mi espíritu de cigarra, por qué en vez de pasar
Semana Santa en un coqueto hotel de playa no sustituyo mi
acalambrada y agonizante refrigeradora por una nueva, le
respondo: "Porque mis hijas, de grandes, nunca van a
decir: -¡Ay!, ¿te acordás qué refri más bonita la que
había en casa?" En cambio, el olor del mar las
protegerá per sécula de toda desventura. Bueno, no soy tan
imprudente como para despotricar contra el dinero en un
periódico destinado a tan curioso tema. Ni voy a fingir que
no lo aprecio ni lo necesito. Simplemente me pregunto,
como tantos otros proletarios comunes y silvestres, qué
pudo mover a tan poderosos y distinguidos políticos de
nobles cunas y de otras más desamparadeñas, a su gloria
manchar. La de ellos y la de su patria.


Convendremos en que los más destacados, dinero ya
tenían. Posición. Su campito en el examen de historia.
Prestigio, del hecho en casa y del de afuera. ¿Cómo,
entonces, convertirse en carne de codicia, en adictos a
lujurientas cuentas bancarias, abiertas como ventosas,
profundas e inagotables como el vértigo? ¿Para qué, digo
yo? Si aunque se revuelquen en un pozo de billetes no
lograrán ser más jóvenes, ni más bellos, ni más
útiles, ni más sabios, ni más bondadosos, ni mejores
padres, ni mejores hijos, ni mejores amantes.


Por
más habitaciones que tenga una casa, o campos de golf en
el vecindario, o mármoles cursis de nuevo rico, nunca
será nada más que una casa. Una casa sirve, por ejemplo,
para llenarla de hijos, o de amigos, o para traspasar el
umbral con el hombre amado en brazos. No, perdón, la
tradición es a la inversa. (Sigo teniendo problemas con los
estereotipos). Una casa no es más que una casa. Y un
carro o una cuadrilla de carros, un atajo de chunches.
Chunches, del "latín" indígena: coso, aparejo,
carajada.

No tienen más que un cuerpo. ¿Cuánto Armani, Dior,
Cardin, Saint-Laurent aguanta un cuerpo? ¿Cuánto
champán soporta un gaznate? ¿Qué creían, que a punta
de cheques escaparían al ominoso destino de ser
tercermundistas? ¿Que serían nórdicos, europeos y
tratados como tales en tan flamante contexto? ¿Que el
resto de los ticos éramos esa parentela pobre que se
esconde, ese primo con retardo que hay que disimular en la
cocina? ¿Ese número de incómodos compatriotas cuya
existencia (léase la de ancianos, léase la de niños),
poco importa, aunque el equipo médico que pueda salvarlos
no llegue y el finlandésmente inútil les cueste la vida?


Queridos lectores: no nos quieren. Si nos
quisieran, no habrían hecho lo que hicieron. Ni a sus
hijos, que no podrán volver a poner un pie en una
cafetería sin que les hierva en la frente un estigma de
sal. Y no lo digo sin dolor, pues alguno hay que
despertó mi aprecio y hoy trata de rescatar su nombre,
como quien saca una llave de una alcantarilla.

Dichoso aquel que tiene un hijo que llevarse a los labios,
un viejo que escuchen sus oídos, un talle que abrazar, el
sudor de su frente y el amor de sus vecinos, pan sobre la
mesa y paz en el corazón.


Hay gente tan pobre, que lo único que tiene
es dinero.

Ana Istarú

1 comentario:

  1. Demasiado extra bueno.
    A pesar de la veracidad de lo expuesto, me parece que también se refiere a un hecho concreto. ¿cuál es?

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